sábado, 12 de abril de 2014


Estaba acostumbrada a unos ojos crueles y amantes, a una indiferencia fingida. A un horror soportable. 

La indiferencia, el desprecio, parecen más duros que la violencia. Esto no es posible. Es aterrador. Es pura ficción y aterra. Aterra sentirse sola e indeseada. Todos los denodados esfuerzos de la sociedad, de tu cultura, por hacer de ti un ser contingente y necesitado surten efecto. Te convierten en un objeto, y no lo aceptas, pero ahí estás, actuando como tal. 

Llevas a tus espaldas vivencias, lecturas, reflexiones. Llevas las dos caras de la moneda, llevas acción y desidia, violencia y apatía, amor y odio, amistad, llevas el me la suda.
Te desgañitas, gritas, lloras, imploras, ¿No lo veis? ¿Es posible que no seáis conscientes? "De eso es mejor no hablar" "Qué exagerada" "Tú no lo entiendes"

Y da igual. Importa nada y menos. Hablas, discurres, buscas la lucidez. Adaptas. Vuelves a plantear. Te interrogas, te buscas, las buscas, les analizas. Y es un esfuerzo vano, inane. No merece la pena, y es brutal abrir los ojos. Es brutal que te digan "Lo sé ¿y qué?" Toda tu mierda, tu sufrimiento, lo que podías haber sido y lo que eres. Lo que no.

O naces con polla y te gusta tu condición, o más te vale abandonarte a la estética y la lectura prosaica.
Yo eché a andar, tuve que dejar atrás aquellas miradas y aún me duele hondo saber que no van a volver. Y lo que más me duele es añorar ser aquel objeto que fui, y que no pienso volver a ser.

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